domingo, 1 de marzo de 2009

la muerte chiquita


La muerte, es claro, tiene pies ligeros. Tan ligeros que se va acercando pasito a pasito, sin prisa, imperceptible... irrevocable a tal grado que es lo único seguro que tenemos.

A veces llega intempestivamente, como en un tren bala que sólo nos arrolla la vida y ni cuenta nos damos. Otras va cayendo de a poco, como si se dosificara,  parecida a las gotas de rocío en las hojas; ahí, es frecuente que tampoco nos demos cuenta de su arribo.

En veces más específicas, galopa sobre un caballo blanco. O sobre Susana... O Hércules...

Si al nacer empezamos a morir, si de principio hemos estado condenados, ¿qué queda por hacer?

La hora ha ido llegando. Los muros van cayendo no por balas de cañón: más bien minados por pequeños insertos de erosión que así, calladitos, han hecho su parte del daño. Los dardos envenenados han ido haciendo mella en las corazas, penetrándolas y deviniendo acero en hojas de papel. Las jeringas que han ido vertiendo perversión y así han per-vertido el corazón vertido a lo construido hasta dejarlo invertido. Ja.

La muerte tiene tantas formas de ser... Creo que acá llegó enfundada en su atavío más seductor: breve y grácil, con ojos que invitan a envejecer con ella y morir. A tirarse al abismo del dulce sueño que ofrece. Dócil en el primer instante, pero haciéndose adictiva, vertiginosa, implacable a cada momento. Placentera mortalmente en cada acto en que se entrega y así, chiquita, se otorga a sí misma y arranca pedazos del mundo, de los otros, del universo mismo y de la vida.

El abismo ha sido tocado. El fondo, descubierto. La muerte ha puesto en marcha su carruaje. Y ni siquiera ha tenido la consideración de prestar compañía: ahí va, muy oronda por delante, montada en su caballito en turno, orgullosa de su última conquista al tiempo que con esa mirada penetrante, atrapante, imposible de ignorar, parece ir buscando nuevas presas, nuevas emociones, nuevos horizontes...

Y yo sólo voy muriendo la vida. O viviendo la muerte...

Da igual ya.


(Sabines lo dice con esta poética que me gusta. De modo que, perdón por el atrevimiento, le cedo la palabra...

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mi, muero de ambos,

de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto , interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos

entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre

que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.

Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,

de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen de atrás,
de ti, los que a ti llegan.

Nos morimos, amor, y nada hacemos

sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

...)